lunes, 24 de abril de 2017

Abril, 2017

El riu Cortiella lleva  agua en primavera, o ya al final del invierno, cuando con el deshielo de la nieve caída su humilde esplendor se hace patente río abajo, ya en los arrabales del bucólico/misterioso pueblo de Porrerà, en plena comarca del Priorat, pueblo decimonónico por excelencia, de grandes caserones burgueses (algunos del XVII  y  XVIII)  y bodegas de la misma época.

El riu Cortiella lleva luz; lleva mi luz (fugaz) en estos años en sus aguas temerosas del tiempo, de la incertidumbre,   quizás del verano; miedo atávico, sí, pero el de nosotros: seres vivos perdidos en  un universo-cosmos que no entendemos y, que no sabemos traducir.

El riu Cortiella es o puede ser esplendoroso: reflejos de tiempos (y tiempo) parados, detenidos en un íntimo escenario natural de un intenso lirismo agreste que no declama (ni reclama) grandilocuencias excesivas y, ni mucho menos postizas.

Viajo, sin darme cuenta, con las aguas del ríu Cortiella porque sé –lo intuyo-  de todo el amor de las ninfas en ebullición que lleva en su leve y breve recorrido.

Hay personas, seguro, que moriremos de lirismo o inanición porque sencillamente “no queremos ver” –ni reconocer- otras cosas que no sean más que  nuestro único universo…  esa plenitud de la vida que se plasma y se muestra a través de   ínfimas secuencias de un palpito, universo exiguo, casi siempre femenino en cualquiera de sus múltiples representaciones.


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