Abril, 2017
El riu Cortiella lleva agua en
primavera, o ya al final del invierno, cuando con el deshielo de la nieve caída
su humilde esplendor se hace patente río abajo, ya en los arrabales del
bucólico/misterioso pueblo de Porrerà, en plena comarca del Priorat, pueblo
decimonónico por excelencia, de grandes caserones burgueses (algunos del
XVII y
XVIII) y bodegas de la misma
época.
El riu Cortiella lleva luz; lleva mi luz (fugaz) en estos años en sus
aguas temerosas del tiempo, de la incertidumbre, quizás del verano; miedo atávico, sí, pero
el de nosotros: seres vivos perdidos en
un universo-cosmos que no entendemos y, que no sabemos traducir.
El riu Cortiella es o puede ser
esplendoroso: reflejos de tiempos (y tiempo) parados, detenidos en un íntimo
escenario natural de un intenso lirismo agreste que no declama (ni reclama)
grandilocuencias excesivas y, ni mucho menos postizas.
Viajo, sin darme cuenta, con las
aguas del ríu Cortiella porque sé –lo intuyo-
de todo el amor de las ninfas en ebullición que lleva en su leve y breve
recorrido.
Hay personas, seguro, que moriremos
de lirismo o inanición porque sencillamente “no queremos ver” –ni reconocer- otras
cosas que no sean más que nuestro único universo… esa plenitud de la vida que se plasma y se
muestra a través de ínfimas secuencias
de un palpito, universo exiguo, casi siempre femenino en cualquiera de sus
múltiples representaciones.
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