jueves, 25 de mayo de 2017

26, mayo, 2017

Volver al latido. Sentir los latidos del instinto. Volver a pensar que hay algo extraño, lejano, próximo, en el alba, el los miles de crepúsculos perdidos…  Ay, ¿he reencontrado alguno de aquellos crepúsculos, allí en el extremo del mundo, en el vértice incomprensible de la existencia?

Volver, regresar al latido, íntimo, secreto, terminal, fundacional…  Volver a la vida por senderos periféricos del mundo y sus confines.

Cántame una canción a media noche, tú, tú, tú, que no eres nadie; tu, en esta soledad que presagia el verano, un verano si luz, glaciar.

Llévame hoy hacia los vientos por las periferias más apartadas donde la noche se enciende; donde tú, tránsfuga esencia de las noches sin nombre, reapareces, casualmente, sobre el penúltimo escalón que conduce a las sombras.

Tú, que no eres nadie, guárdame un espacio en esa penúltima escalera y dime, si quieres, que la noche cerrada no existe, que yo siempre estuve en otro mundo (confírmamelo por favor…)  y háblame, tú, sí, de ese otro mundo, ahora que no conozco ningún mundo ni distingo los colores ni el sentido del viento… 

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