7, abril, 2017
Venía pensando en el aire. El
aire. O la presión del aire. Sólo el
aire, cosa externa… Aunque tampoco lo
sé.
Viento de las tardes, exterioridades
infinitas sin solución de intimidad.
Percepción de los vientos extensos sobre el pecho.
Nada existe. Solo nosotros vamos sobre el surco débil del
mundo, a la deriva de los días y lustros y, unas pocas décadas más; total:
nada.
Nada existe si no es por nuestra
percepción, asimilación del cerebro.
Nosotros “descubrimos” el mundo y sus luces, colores y crepúsculos, les
ponemos nombre y, con un simple millón o dos de años de evolución (o algo así…)
“inventamos” la lírica, filosofía, matemáticas el romanticismo,
neorromanticismo, internet y, un largo/larguísimo y agotador etcétera.
Salir o entrar, entrar o salir;
viento o quietud, auténtico o prosaico, comprensión o incomprensión, ver o no
ver, existir o no existir y, un largo y extenuante etcétera hasta el más
vertiginoso abismo del universo… si es que se pudiera tener una ínfima noción,
siquiera primaria, del concepto básico de “universo”.
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