sábado, 20 de mayo de 2017

7, abril, 2017

Venía pensando en el aire. El aire.  O la presión del aire. Sólo el aire, cosa externa…  Aunque tampoco lo sé.

Viento de las tardes, exterioridades infinitas sin solución de intimidad.  Percepción de los vientos extensos sobre el pecho.
Nada existe.  Solo nosotros vamos sobre el surco débil del mundo, a la deriva de los días y lustros y, unas pocas décadas más; total: nada. 

Nada existe si no es por nuestra percepción, asimilación del cerebro.  Nosotros “descubrimos” el mundo y sus luces, colores y crepúsculos, les ponemos nombre y, con un simple millón o dos de años de evolución (o algo así…) “inventamos” la lírica, filosofía, matemáticas el romanticismo, neorromanticismo, internet y, un largo/larguísimo y agotador etcétera.


Salir o entrar, entrar o salir; viento o quietud, auténtico o prosaico, comprensión o incomprensión, ver o no ver, existir o no existir y, un largo y extenuante etcétera hasta el más vertiginoso abismo del universo… si es que se pudiera tener una ínfima noción, siquiera primaria, del concepto básico de “universo”. 

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