domingo, 20 de agosto de 2017

14, agosto, 2017

La noche no se enciende, no acaba de encenderse.  Es huérfana de luz, teme la luz, desecha la luz y sólo trae oscuridad, una oscuridad desconocida, una tiniebla estival asfixiante, claustrofóbica, que ahoga por momentos, momentos de divagación desesperada sin asidero alguno.

La noche es obvia, muy obvia, ciega.  Nada se enciende ahora en un mundo de luces al que estaba acostumbrado sin recordar que, todo podía llegar   así, en extensas tinieblas del pensamiento.

La noche no se enciende, o quizá sí, pero no puedo verla.  He vivido los años en la quebrada luminiscencia de crepúsculos constantes sin saber, tal  vez sin saber que había otros mundos más allá del mío en el que, por un tiempo,  nada brillaba, nada.

Estamos en la náusea del retorno y el viento parado, detenido para siempre.  Estamos en el invierno perpetuo de los años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario