miércoles, 3 de enero de 2018

A veces, aquí en la bodega, no traigo nada, o casi nada.  No traigo libro, ni libreta, ni folios, ni pluma, ni carpeta, ni lengua, ni palabras, ni garganta con la que pronunciar esas palabras.

A veces no traigo ni el cuerpo porque me lo he olvidado en casa y, resulta, sin embargo, que he traído la cabeza, sí, pero se me olvidó la mano derecha…, y es entonces cuando haciendo alarde de mi condición de ambidiestro escribo sobre el mármol de la mesa con la mano izquierda y, ésta, se las arregla con más o menos desparpajo para encadenar las palabras con sus comas, acentos, puntos suspensivos…


A veces  me olvido todo en casa; es decir: me dejo el cuerpo entero…  brazos manos, piernas, cabeza y, e incluso el pensamiento; pero como el pensamiento –ya se sabe- va por libre, éste, se viene por las calles, se moja en las fuentes y chapotea en los charcos. Y sólo entonces sé que todo transcurre como si tuviese un doble cuerpo y, a veces, tal vez sea así, pero no lo tengo claro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario